Un refugio en Ucrania solo para madres | Internacional

Los efectos de una guerra siempre están ahí, agazapados. A Olga Parobeiko, de 42 años, matrona, se le aparecen mientras habla de cómo el centro en el que trabaja, en el este de la ciudad ucrania de Lviv, presta asistencia a madres allí refugiadas. Ella es la especialista y sabe cómo funciona todo. Pero mientras cuenta esto, su labor, comienza a llorar. Su hija ha perdido a su marido por la guerra y el recuerdo le retuerce la garganta. Cerca o lejos del frente, la violencia tiene las patas muy largas. Parobeiko se repone y explica que este refugio ha acogido a unas 60 madres desde su apertura hace ahora un año, la mayoría llegadas de Donetsk y Lugansk, provincias orientales en el objetivo ruso. En la actualidad, allí viven, en el bautizado como Centro para madres irrompibles, 12 mujeres y 27 menores más dos personas mayores. Una regla sobre todas las demás: prohibida la estancia de hombres.

La idea, original, surgió de las autoridades locales de Lviv y se puso en marcha con ayuda de Cruz Roja de Ucrania. Forma parte de una obsesión del gobierno municipal por levantar un “ecosistema” al servicio de los que huyen de los bombardeos y combates del este del país: hospitales, centros de rehabilitación y prótesis, colegios, guarderías… y este refugio para mujeres embarazadas o con hijos pequeños. Todo esto, comunicado entre sí a través de transporte público. Desde febrero de 2022, en torno a seis millones de personas han pasado por Lviv huyendo de la violencia. Se estima que alrededor de 150.000 de estos desplazados se han quedado en la localidad.

Tanya Kondakova, de 39 años, es una de las que han recalado en la ciudad para quedarse, al menos un tiempo. Su historia ofrece muy poquita luz a la esperanza. Tiene tres hijos. Los mayores, de 10 y 16 años, y el más pequeño, de solo siete meses. “Nació con el año nuevo”, dice la mujer, natural de Bajmut. De este punto terrible del actual frente de guerra huyó junto a los niños y su madre ante el martilleo constante de las bombas rusas. Primero vivió en una residencia para estudiantes de Lviv, pero en una sola habitación no había espacio para todos. El padre de los niños se encuentra en la actualidad en Alemania. “De vez en cuando llama, pero pocas veces”, apunta Kondakova. No quiere entrar en más detalles.

Sobre el papel, el centro no da carta blanca a las mujeres para que se queden sin fecha de salida. Las normas son claras: la estancia se puede prolongar hasta que el menor haya cumplido un año. Pero si las circunstancias lo exigen, se hace una excepción. Las residentes consultadas para este reportaje ni tenían ni podían fijar un día para hacer las maletas y marchar. Por ese camino va Kondakova. “Necesito un sitio acondicionado para mis hijos [igual que ella, tienen un grado de discapacidad]”, dice, “y esto es gratis”. Pensó en saltar a Polonia o viajar a Suecia, donde reside una hermana, pero quiere quedarse en su país.

Un niño paseaba junto a una de las dos casas gemelas que forman el centro para madres situado en la ciudad ucrania de Lviv, el pasado 2 de agosto. / O. G.

Otra de las opciones con las que cuentan las madres o embarazadas que abandonan sus hogares hacia la franja occidental es residir con sus parejas, ahora sí, en módulos habitacionales. Pero justo es lo que este proyecto quería evitar. Esas casetas prefabricadas, necesarias en la emergencia, requieren que, para ir al baño, cocinar o hacer la colada, para que los niños jueguen, sea necesario salir a la calle ―cada cosa está en un habitáculo diferente―, y eso, en invierno, con temperaturas bajo cero, no es muy recomendable.

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Dos casas espejo, un bosque y un lago

El Centro para madres irrompibles quiso ir más allá de la atención básica y crear un entorno, en medio de un nutrido bosque a unos cinco kilómetros del centro de la urbe, en el que estas mujeres desplazadas pudieran centrarse en su embarazo, en el parto, en el cuidado de los primeros meses de los niños. El proyecto lo diseñó y llevó a cabo en tan solo tres meses el equipo de arquitectos locales Sulyk Architects: son dos casas espejo, idénticas, una frente a la otra ―con 13 habitaciones por inmueble y capacidad total para acoger a 112 personas―, cubiertas de láminas de metal en el exterior y madera por el interior.

Los amplios ventanales ofrecen luz natural hacia todos los pisos de la vivienda. Abajo, los dormitorios, la cocina y el comedor común. Arriba, una habitación diáfana llena de juguetes y con una pantalla de gran tamaño en la que se sintonizan los dibujos animados. Los niños suben y bajan; salen y entran, desde el parque y hacia el lago que da paso a una frondosa arboleda.

Es hora de comer y en eso está Olga Kravchenko, de 33 años, natural de Járkov. Tiene siempre esa media sonrisa y gesto en los ojos del que parece que trama algo, pero no. Trabajaba en una fábrica de leche en su ciudad natal, pero el edificio en el que vivía sufrió el impacto de los misiles lanzados por Moscú. Hasta la cocina de su vivienda sufrió daños. Hace 11 meses, decidió, con su marido y dos hijos (13 y 10 años), huir. Luego llegaría otro niño, ahora de ocho meses. “De momento nos vamos a quedar aquí”, relata Kravchenko, “no podemos pagar un alquiler [rondan las 12.000 grivnas, unos 300 euros]”. Su marido trabaja en la construcción en otra ciudad y pasa las noches allí, en un módulo.

Tanya Kondakova, desplazada de Bajmut, en el centro para madres de la ciudad de Lviv, el pasado 2 de agosto. / O. G.
Tanya Kondakova, desplazada de Bajmut, en el centro para madres de la ciudad de Lviv, el pasado 2 de agosto. / O. G.

Su tocaya, Olga Shevchenko (sobra decir que es un nombre habitual en Ucrania), también de 33 años, rompe a reír cuando es preguntada por el número de hijos que tiene. Son cuatro (1, 8, 10 y 12 años). Más sorprende quizá el estatus con el que se define: “Soy madre soltera”, dice Shevchenko, que dejó su hogar de Lisichan, en la provincia de Lugansk, en marzo de 2022. No tiene pensado volver; es territorio controlado por las tropas rusas. Dentro de poco recibirá un diploma para trabajar como peluquera, pero con cuatro niños, argumenta con una sonrisa, no lo ve fácil.

―¿Por qué le gusta estar aquí?

―Porque es una residencia en la que puedo tener una vida normal.

―Y, ¿sus hijos?

―Ellos sí querrían que nos fuéramos a un apartamento.

Como explicaba Parobeiko tras secarse las lágrimas al inicio, los servicios de atención psicosocial del centro, con los que se reúnen las mujeres dos veces por semana, les asisten también en la búsqueda de un futuro fuera de allí. Pero el ambiente no acompaña. “Aquí tienen su espacio privado”, explica la especialista, “sin estrés, en un círculo de apoyo mutuo en el que entre ellas se entienden muy bien”.

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